Bien es sabido que Madrid es una ciudad que vive en la calle. Se sale ya desde por la mañana, a desayunar. Lo saben y viven los nativos y es rápidamente asimilado por los foráneos. Una costumbre placentera como pocas de las saludables lo son. Así pues, qué mejor excusa para un encuentro informativo que un desayuno. Una charla relajada al calor de un café, mimándonos con dulces y salados bocados entre los que nunca debe faltar la fruta. El desayuno es la conmemoración diaria del nacimiento. Recuperamos la consciencia y nos alimentamos en un rito ancestral y placentero que todas las mañanas nos reconcilia con la vida (Comer sigue siendo un placer porque todavía no hemos olvidado cuando conseguir alimento era el trabajo diario). Tenemos pues un contexto que favorece la claridad y el entendimiento. Se puede ver, incluso, cómo el auditorio recibe con gesto distendido el aporreamiento con la palabra "independencia" por parte de algún nacionalista, siempre y cuando el cruasán empapado en café nos ayude a relativizarlo todo.
Los desayunos informativos suelen transcurrir plácidos, con luz tenue y silencio acogedor. La distribución de las mesas se asemeja al diagrama de un sociólogo: políticos, empresarios, representación extranjera y... los camareros. Es curioso cómo, si prescindiéramos de la apariencia física y estética de los que ocupan las mesas, podríamos intuir el estrato social al que pertenecen por los restos que quedan en las mesas. Empecemos por abajo. Los camareros participan pero no consumen, luego no cuentan. Luego estamos los reporteros, los cámaras, que sí consumimos pero no tenemos sitio. Podemos desayunar a priori, antes de que las mesas sean ocupadas o, a posteriori, ¡reciclando las sobras! El hecho de no disponer una mesita supletoria para que los cámaras podamos servirnos al menos un café, sin parecer que se lo quitas a otro, es una falta grave de elegancia y cortesía. Luego, destacan por su voracidad nuestros compañeros periodistas-redactores. A pesar de tener que estar tomando notas, los restos de estas mesas no suelen dar ni para uno. También es fácil identificarlos por el desorden de platos y tazas que queda. A continuación y en terreno de nadie, los políticos y representantes extranjeros, diplomáticos. No suelen desayunar mucho ninguno. Normalmente, cuanto más alto es el rango, menos comen, lo cual me parece un poco snob. Espero que también dependa del hambre. En último lugar, y sin embargo el primero, la cúspide social, los grandes empresarios. En estas mesas se puede volver a desayunar sin sentirse un carroñero. Estas buenas gentes son ecologistas consumados, ecosistema que ocupan temporalmente, ecosistema que permanece intacto. Las servilletas siguen dobladas con su forma característica. Lo único que ha cambiado es la temperatura del café y la oxidación de la vitamina C del zumo de naranja.
En fin, que si no fuera por el madrugón, me parecerían hasta entrañables.
¡Buen provecho!
2 comentarios:
Muy bueno, Óscar. Un análisis muy ilustrativo. También están las azafatas, que ejercen una labor esencial y son el pan de los que no podemos comer bollos. Un abrazazo.
hoy añado a los escoltas, que tampoco se sientan y comen de nuestro platos...
Y a los señoritos que cogen una silla para el y otra para su abrigo (este segundo no come nunca)
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