miércoles, 16 de junio de 2010

El Arquitecto de la Verdad

(Fábula sobre la utopía de la Verdad contada)


Hace muchos, muchos muchos años, tantos que ni la propia historia lo recuerda, existió un reino mítico a medio camino de todos los puntos cardinales. Era tan mítico y fantástico este país, que se regía por La Verdad y La Justicia. Era la envidia de los reinos que lo circundaban, pues la riqueza espiritual devenía en riqueza material. Vivir La Verdad se convirtió en una fuente de bienestar y prosperidad. La Justicia trajo La Paz y los ataques cesaron cuando quedó claro que la convicción y la unión de todos sus ciudadanos, desde el Rey hasta el último labriego, eran más fuertes que el hierro de las espadas.
Un país forjado con mitos sobre hombres reales, comunes o no. Cuyas historias fantásticas servían al entretenimiento y no a la doctrina.

Dos líderes encarnaban los valores de este pueblo. Uno civil, el Rey, aclamado y acatado por la inmensa mayoría. Otro, espiritual y moral, al que llamaban "El Arquitecto de La Verdad". Era éste un personaje misterioso que doblaba, al menos, en edad al más anciano del país. Su llegada era la única historia que nunca saldría a la luz. Nunca había pedido nada a cambio, salvo un lugar entre hombres libres. Su palabra iluminó desde el principio el camino del reino. Su poder y liderazgo nacían de su capacidad de ver y hacer ver La Verdad. Los mitos antiguos se habían convertido en historia, pero en la verdadera, para aprender de los errores. Los pleitos eran resueltos en función únicamente de La Verdad y no del poder. Si algún embajador llegaba con alguna propuesta de pacto o para narrar alguna gesta, el Arquitecto era capaz de ver la verdad y desechar la mentira. Y lo más importante, podía transmitírselo a los demás. Las tramas y conspiraciones quedaban al descubierto y los culpables eran juzgados con benevolencia, pues al conocer sus intenciones últimas y motivaciones, quedaban al descubierto debilidades comunes a todos. La empatía, basada en el conocimiento profundo y honesto del ser humano, fortaleció la sociedad. La mentira se volvió inútil y el hombre descubrió en el hombre un apoyo y no un obstáculo.


Dejo en vuestras manos el final más apropiado y sincero para esta historia, en función de la confianza de cada uno en el ser humano.

Uno sería el triunfo de La Verdad, su éxito contagiado a todo el planeta y la evolución del hombre con la superación definitiva de la violencia.

Otro es el triunfo de la Bestia. La aniquilación del Arquitecto por envidiosos reinos extranjeros, temerosos del poder de La Verdad y La Justicia. El triunfo de la mentira y el retorno a la oscuridad.



¿Cuál os convence más?

miércoles, 9 de junio de 2010

Kafka tenía razón


Desperté de un sueño que no era verdad, como todos los sueños. Y ahora estoy boca abajo, incapaz de ponerme en pie. Miro al techo desnudo y agito mis patas, presa del pánico. Mi propio ser me ha traicionado, y mi espalda, rígida como una cadena, evita una gravedad invertida. Veo mis patas agitarse contra un vacío cercano. Me extraño, no me siento. Habito en un desconocido. El esfuerzo es vano pues no sé dónde aplicarlo. Mis patas necesitan el suelo pero la convicción me abandona. Los recuerdos se me clavan como aguijones envenenados. Oigo un confuso "¡Despierta!" entre el griterío. Pero sólo veo el techo inerte, descascarillado, que me escupe cenizas de lo que he intentado ser.


Una por una, mis patas van parando, cediendo a la evidencia de la nada que me devora periódicamente. La tristeza es una anestesia total. Siento el vértigo de la caída y cómo los sensores desisten de su función... Borrar el dolor.


Metamorfosis ciclotímica. Mi hermano siamés es un caníbal.